...A Blackie le gustaban mucho los cuentos, sobre todo los que empezaban por la letra B y acababan por la letra E... Buf, no, ¡qué asco!
...Bueno, son dos hermanos gemelos; calvos y herméticos. Solteros enmadrados, pero con la madre ya muerta. Viven de la herencia, la sorben muy poco a poco. Cuando hayan muerto, apenas habrán consumido un 3% del dinero, y el resto se lo quedará el Estado. Andan siempre juntos. Desayunan siempre en el mismo bar, en la misma mesa. Mantienen un diálogo neurótico sotto voce. No se comunican en absoluto con el entorno. Le temen a todo menos a la numismática. Se masturban y después se sienten culpables, etc. Ya entendéis el modelo, os hacéis una idea ¿no? Siempre desayunan juntos en el mismo bar, sólo se comunican entre ellos, no hablan con nadie más; pero nadie, nadie ¿eh? Todo esto lo entendéis a la perfección, ¿verdad?
Bien, pues resulta que el día de los Inocentes se presentan a desayunar con sendos muñequitos de papel adheridos a sus espaldas. Se los han pegado mutuamente, cada uno se ha creído más listo que su hermano, je je. De hecho, a través de la inocentada, han intentado establecer contacto con el mundo exterior por separado, el uno a expensas del otro. Cada muñequito, un pequeño grito de auxilio individual: “¡miradme! ¡en realidad no soy tan tonto como mi hermano!”. Claro, sino ¿a quién va dirigida esa mierda del muñequito? A todos menos al hermano, claro que sí. Es un gesto valiente, desesperado y mezquino a partes iguales. Algo propio de un pobre diablo. Un auténtico inocente.
¿Veis? Al final he terminado bajando la cabeza y he escrito un cuento de los que le gustaban a Blackie: uno que empieza por B y termina por E. “No muerdas la mano que te da de comer, Miguel”, esa podría ser la moraleja del cuento ¿no? La perrita esa diciéndome el refrán, ¿no? Blackie aconsejándome que no debo morder la mano que... Bah, paparruchas.